domingo, 27 de julio de 2008

Las glorias del Güero Téllez, o el crimen como pretexto para el periodismo literario

En México, la nota roja ha sido tradicionalmente considerada en los medios de prensa como fuente de “castigo” para los reporteros, como la ínsula a donde se exilia a los transgresores de las redacciones. Sin embargo, en cierto sentido antes era el género estelar, el de fogueo, para quienes buscaban la celebridad o la maestría en el oficio, y en el que estaban a sus anchas sólo los corredores de fondo. No son pocos los reporteros y fotorreporteros que alcanzaron notoriedad luego de su estancia en esa “fuente”, pero sin duda el personaje paradigmático en estas lides fue Eduardo Téllez Vargas, conocido como el Güero Téllez.

Las glorias del Güero tuvieron lugar entre los años treinta y sesenta del siglo pasado, fundamentalmente, aunque él fue fiel a su género y tuvo larga vida como reportero, ingratamente correspondida por
El Universal, la casa editorial a la que diera lustre con sus piezas maestras. Era la época de los reporteros detectivescos, cuando aún no existían oficinas de prensa boletineras, que acabarían con aquel periodismo legendario, verdadero precursor de lo que hoy conocemos como periodismo de investigación, más que meritorio porque en ese entonces no existían ni computadoras, ni Internet ni celulares.

El Güero era un temerario estratega siempre en pos de la nota, como cuando fingió un ataque cardiaco para ser trasladado a la vieja comandancia de policía de Victoria y Luis Moya, y verificar in situ información en torno de un crimen. Es bien sabido que el Güero casi vivía en la Cruz Roja, razón por la cual ayudó a resolver buen número de casos considerados enigmáticos o irresolubles por la policía, sin duda gracias a su talento y sagacidad naturales, pero también a su profundo conocimiento de la incipiente sociedad urbana mexicana.

El Güero hizo escuela, No hay reportero respetable de esa fuente que no reivindique su influencia y patronazgo. Sin embargo, más allá de los apuntes biográficos sobre él, importa la reflexión sobre como, a la par de los vertiginosos cambios en la sociedad mexicana, la criminalidad, sus motivaciones y los métodos para liquidar a un semejante también se transformaron, y que los mas brillantes profesionales de la prensa fueron apasionados testigos de esta evolución.

Los crímenes dejaron de ser meramente pasionales, patrimoniales (dijo el Güero que la nota roja era la crónica de sociales del proletariado) o en defensa del honor —artículo de primera necesidad en el siglo XIX, que cayó en desuso en el XX dada la nueva moral social más relajada—, para convertirse en seriales, atroces, descontextualizados a veces de toda motivación clara, transformándose en patología social, depurándose como una más de las artes a cultivar por sus “diletantes”.

De esta transformación dieron cuenta el Güero y otros de sus ilustres colegas de la pluma, tanto como las lentes de los
Casasola, Enrique "el Gordo" Díaz, Héctor García, Nacho López y Enrique Metínides entre otros. La nota roja, escrita o gráfica, alcanzó su esplendor gracias a ellos. De esta manera, tanto el crimen como su registro llegaron a alturas insospechadas; fueron, sin exagerar, elevados a la categoría de arte, y la sociedad se veía reflejada en el halo misterioso que envolvía a los criminales tanto como en la prosa conmovedora e inflamada de espíritu justiciero, pleno de heroicas y edificantes imágenes literarias o fotográficas, que los exhibían y condenaban.

No es aventurado afirmar que muchos mexicanos se convirtieron en lectores de diarios gracias a la nota roja, y era tal el arraigo popular de este género que, al decir de
José Ramón Garmabella, periodista que contribuyó a rescatar el legado del Güero, “no se puede escribir la historia de una ciudad si antes no se dedica un capítulo entero a su historia criminológica”.

Con los años, en México irrumpieron crímenes de nuevo tipo: políticos, seriales, canibalescos, refinamientos producto de la complejización de nuestro medio urbano, del ahondamiento de las sucesivas crisis sociales y económicas. Cómo no recordar los crímenes del
Goyo Cárdenas, el Estrangulador de Tacuba, y su deleite quasi literario al relatar sus “hazañas”; el aterrador y novelesco asesinato del ex gobernador nayarita Gilberto Flores Muñoz y su esposa a manos de su propio nieto, Gilberto Flores Alavez, luego relatado magistralmente por Vicente Leñero; el alucinante caso de la tamalera asesina de la Portales, rayano en el canibalismo, y los más recientes de la Mataviejitas y el Caníbal de la Guerrero.

Sin embargo, en estos crímenes célebres más contemporáneos, se echa de menos al gran cronista, al reportero literato investigador, “como los de antes”, cuando la realidad jugaba vencidas con la imaginación y salía triunfante, y el horror de las verdades humanas más abyectas resultaba sublimado y embellecido por el arte, por la maestría de notas y fotografías que han quedado, indudablemente, para la posteridad. A veces la literatura, el periodismo y la fotografía reflejan la paradójica belleza del horror.

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