lunes, 28 de julio de 2008

Jeffrey Dahmer, el carnicero de Milwaukee

Jeffrey Lionel Dahmer nació el 21 de mayo de 1960 en Milwaukee, Wisconsin, y murió el 28 de noviembre de 1994 en la prisión de Portage Wisconsin, a manos de otro interno. La familia de Dahmer, aparentemente normal, estaba encabezada por un par de amorosos padres. Sin embargo, había rasgos disonantes en la relación matrimonial, y la llegada de Jeffrey, aunque alegró la vida de la pareja no contribuyó a mejorar la situación, pues desde sus tempranos ocho años, el niño ya era un sujeto retraído, antisocial y extremadamente tímido.

Según confesiones de sus padres, de ser un pequeño alegre y vigoroso, luego de una mudanza y una cirugía por una doble hernia comenzó a apagarse paulatinamente sin que ellos pudieran evitarlo. También se sabe que la madre tuvo problemas durante el parto “como si el cuerpo de la mujer rechazara el maligno producto que venía al mundo”, pero es difícil analizar tales señalamientos, principalmente porque ella falleció de cáncer pocos años después del juicio de Dahmer.

De ella se dice que era hipocondríaca, más que otra cosa, y que el padre, químico de profesión, obtuvo doctorado en la materia, y ante el desolador panorama familiar se refugió en el trabajo. Del niño no hay información de que haya sido cruel con los animales, como es usual en otros criminales seriales. Al parecer no se ajusta al famoso perfil de la triada fatídica; piromanía, incontinencia nocturna y crueldad con los animales.

La carrera criminal de Dahmer comenzó justo en la adolescencia. Sobra decir que sus años de escuela no fueron felices ni plenos, y sus calificaciones eran más bien regulares. Es aquí donde comienza su acentuado alcoholismo. Ciertamente no era popular ni mucho menos: era de esos que no pronuncian palabra y que casi nadie conoce. Antisocial y retraído, pocas personas intimaron con él, por lo que sus pensamientos y bizarras fantasías de muerte y canibalismo permanecían desconocidos por la sociedad.

Ficha criminal de Dahmer
En su libro testimonial A Father's Story, Lionel Dahmer dijo que poco a poco sintió la pérdida inevitable de su hijo. Ninguna iniciativa daba resultado satisfactorio: lo enroló en el ejército y al poco tiempo fue dado de baja por alcoholismo; tuvo una breve estancia en la universidad y por la misma causa dejo los estudios... No había nada que hacer.

Tuvo fantasías de sexo con cadáveres a partir de los 14 años, pero no hizo nada al respecto hasta cumplir la mayoría de edad, justo al salir de la educación media superior. Eso fue en junio de 1978, cuando invitó a su casa a Steven Hicks, con quien bebió cerveza y tuvo sexo. Cuando el muchacho quiso irse, Dahmer lo golpeó en la cabeza y lo mató. Cortó el cadáver, envolvió las partes en bolsas para basura y enterró todo aquello en un campo cercano al domicilio. Después de este primer episodio sangriento ingresó un semestre a la universidad y, una vez fuera, se desempeñó como asistente médico del ejército.

En 1989 Dahmer estaba ya catalogado como “children molester”, es decir, exhibicionista y abusador de menores. Alcohólico, mentiroso y ladrón eran otras formas de referirse a él. Cumplió un año de sentencia por lo mismo.

A partir de entonces, y hasta 1991, cuando fue descubierto, todo fue una montaña rusa de al menos 16 terribles asesinatos, en su mayoría de hombres homosexuales y afroamericanos, de entre 14 y 30 años. Muchas de las víctimas tenían historial como delincuentes menores.
El modus operandi era el siguiente: en tiendas o bares gay ofrecía dinero a sus víctimas proponiéndoles ver videos y tomar cerveza en su departamento. También les ofrecía pago por dejarse fotografiar. Una vez ahí, los drogaba con las bebidas hasta dejarlos indefensos. Se dice que perforaba el cráneo de la víctima y vaciaba ahí algo de ácido buscando crear un zombi. Otras veces drogaba a la víctima y luego procedía a estrangularla para posteriormente tener sexo con el cadáver, el cual mantendría en su habitación algunos días más, antes de desmembrarlo con una sierra. Posteriormente la cabeza era hervida hasta descarnarla, y entonces pintaba con aerosol color gris el cráneo con objeto de que pareciera de plástico, por si la policía llegaba a ver su colección.

Tomaba como souvenires para futura gratificación los genitales y algunos otros miembros, los cuales depositaba en frascos con formol. Fotografiaba además los cadáveres en poses “eróticas” y en diversos grados de mutilación. La policía encontró numerosas fotos Polaroid de estas actividades. Los demás restos eran colocados en ácidos antes de tirarlos por la coladera.
La carne disuelta en químicos y ácido formaba una negra sustancia fétida y asquerosa. Está por demás decir que su departamento en Milwaukee emanaba olores fétidos y que los vecinos se quejaban constantemente del sujeto, que por las noches activaba una sierra eléctrica. En los periodos en que estaba más descontrolado y dominado por sus instintos llegó a asesinar a una persona por semana. A ese grado llegaban sus fantasías de sexo y muerte.




El 22 de julio de 1991 finalmente Dahmer fue capturado. Esa noche un hombre llamado Tracy Edwards apareció en la calle aún esposado y llamó la atención de una patrulla que pasaba por ahí. Como pudo, llevó a los policías al departamento de Dahmer, del cual había logrado escapar momentos antes, para que vieran el cuchillo con que lo había amenazado. Inicialmente los oficiales no repararon gran cosa en el mal olor, pero prefirieron indagar a fondo el asunto. Uno de los oficiales entró al cuarto y descubrió las imágenes de cuerpos mutilados esparcidas en el suelo. Decidió entrar a la cocina y abrir el refrigerador, para gritar horrorizado al ver una cabeza que “miraba” hacia él. El sicópata intentó escapar, pero finalmente fue arrestado. En el departamento fueron hallados restos de 15 personas.

El juicio se efectuó bajo estrictas medidas de seguridad previendo que alguien intentara asesinar a Dahmer. El abogado defensor argumentó enfermedad mental, aunque sin éxito, y su cliente fue condenado el 17 de febrero de 1992 a 15 cadenas perpetuas, sumando 936 años en prisión puesto que en Wisconsin no existe la pena capital. Sólo duró dos tras las rejas, pues fue asesinado por el afroamericano Christopher Scarver, mientras hacía labores de limpieza en el penal correccional de Portage Wisconsin. A partir de entonces, en las cárceles de alta seguridad quedaron prohibidas las pesas en los gimnasios, pues con una de ellas le destrozaron el cráneo a Dahmer.

La madre de Dahmer murió poco después del juicio y el padre se ha retirado de su trabajo y vive con su segunda esposa en Medina, Ohio, llevando una pacífica vida y participando en la vida social del lugar. Lionel escribió un tristísimo libro llamado A Father's Story, con cuyas ganancias pagó el juicio que entabló en su contra un sujeto por considerarlo “padre irresponsable”: el resto lo donó a las familias de las víctimas de su hijo.


Para saber más:
Confesiones de una mente peligrosa. Entrevista a Dahmer realizada por Robert K. Ressler, pionero de la psicología forense y máxima autoridad en el tema.
Jeffrey Dahmer, el carnicero de Milwaukee
Video documental

El amo de la noche: el Caníbal de la Guerrero

Durante la Edad Media, la noche era considerada como la puesta en escena de Satán. Pero la noche no sólo fue propiedad exclusiva del último de los grandes rebeldes, en la oscuridad también ha desfilado el imperio del insomnio y sus grandes ejércitos conformados por duendes, trolls, pixies, ánimas, espectros y, en ámbitos más terrenales, por asesinos.

El miedo que provoca la oscuridad es un mecanismo de defensa de los humanos hacia lo desconocido, aunque la mala reputación de esa etapa del día surgió al quedar plenamente instalada como un lapso licencioso, un tiempo para socavar el orden que prevalecía en las horas en que la luz evidencia las cosas.





La licencia nocturna ha alentado una cultura diferente a la vida diurna. Es y ha sido el horario propicio para robar, profanar tumbas y para las conductas sexuales toleradas y no. Pero desde hace mucho tiempo, la noche se despojó de sus lastres de superstición y ha cedido su lugar a un tipo de monstruo que vive en el edificio de al lado, que trabaja, que nos saluda cuando nos lo cruzamos, que ama y odia, que escribe poemas e historias de horror, que se autonombra “el amo de la noche”, y que, oculto de la mirada de los demás, tortura y mutila a personas muy parecidas a usted y a mí.

Ogros nocturnos han sido Jack el Destripador; Peter Kürten, “el vampiro de Düsseldorf”; Jeffrey Dahmer, “el caníbal de Milwaukee”; Dennis Nilsen, Ed Gein, Peter Sutcliffe, “el destripador de Yorkshire”; Richard Ramírez y ahora José Luis Calva Zepeda, quien aún carece de sobrenombre, pero que desde hace unos meses comparte similitudes con los modernos hombres lobo de finales del siglo pasado y principios de éste.

Arte criminal
El caso de Calva Zepeda posee los condimentos necesarios de una historia de horror que ni el propio presunto asesino pudo imaginar que llegaría a escribir, no obstante que se vanagloria de ser un poeta, escritor, dramaturgo y, según sus palabras, “la creación más grande del universo”.

Calva Zepeda, “el amo de la noche”, como se describe en uno de sus poemas, fue detenido por agentes de la Procuraduría de Justicia del Distrito Federal el 8 de octubre de 2007, después de que las autoridades se presentaron en el domicilio del sospechoso para indagar sobre la desaparición de Alejandra Galeana Garavito, joven de 30 años.
Inicialmente, el individuo no perdió la calma frente a las autoridades judiciales y no fue sino hasta que los agentes le solicitaron que abriera la puerta del departamento 17 –ubicado en un edificio marcado con el número 198 de la calle Mosqueta, en la popular colonia Guerrero— que decidió escapar de la vigilancia policiaca. Según algunas de las versiones, Calva Zepeda saltó desde la altura de su departamento, antes de ser arrollado por un taxi.


Sin embargo, los detalles de la aprehensión palidecen ante los hallazgos de los agentes al interior del departamento. Partes del cuerpo de Alejandra Garavito estaban diseminadas en varios puntos de la vivienda. El pie de la víctima estaba envuelto en una bolsa de plástico dentro del refrigerador. Otra bolsa, en el congelador, contenía un pedazo de su carne, mientras que la mayor parte del cuerpo había sido depositada en el armario.

Asimismo, varios instrumentos cortantes, uno con manchas de sangre, evidenciaban el extraño ritual del que fue objeto el cuerpo de una mujer cuya tragedia comenzó al decidir asistir a una cita en un club Internet para encontrarse con un individuo refinado que compartiría con ella un monólogo de su autoría.

La palabra escrita ha despertado una extraña fascinación en algunos asesinos seriales. Myra Hindley, por ejemplo, la célebre medusa de cabello oxigenado, quien en los años sesenta del siglo pasado integró una mancuerna de miedo con su amante Ian Brady, asesinando a varios niños cuyos restos terminaron en los pantanos de Saddleworth, Reino Unido, dedicó mucho de su tiempo libre en prisión a escribir artículos de naturaleza sociológica que eran publicados por el prestigioso diario británico The Guardian.

Dennis Nilsen, un burócrata homosexual británico que practicó la necrofilia con los cadáveres mutilados que almacenaba en su departamento, presumió al mundo su faceta de escritor cuando, desde la prisión, elaboró un perfil acertadísimo de otro asesino caníbal de altos vuelos: Jeffrey Dahmer. Sus opiniones le valieron el reconocimiento del consagrado biógrafo inglés Brian Masters.

Pero es quizá a Ian Brady al asesino que mejor le ha sentado la pluma. Sin ayuda de un coescritor –esa figura de bajo perfil muy socorrida hoy en día por ex presidentes de ingrata memoria— escribió un libro al que tituló The Gates of Janus: Serial Killing and Its Analysis (Las puertas de Jano. El asesinato serial y su análisis), el cual fue publicado por una editorial verdadera, Feral House.

Con elementos sociológicos, psicológicos y filosóficos, Brady felicita a sus colegas asesinos por no caer en el “conformismo bovino” que distingue a la mayor parte de la sociedad. Coloca en el mismo nicho a los asesinos seriales y a los escritores, aduciendo que en pos de la inmortalidad los asesinos utilizan la daga en vez de la pluma y la piel en vez del papel, ya que nada supera “la experiencia de escribir sobre páginas vivas y jadeantes”.

El carnicero
Tras las abolladuras recibidas durante su detención, Calva Zepeda permanece arraigado en un hospital en la colonia de El Gas. La investigación ha revelado que el presunto asesino también cobró la vida de Verónica Martínez Casarrubias, de 31 años. Los restos mutilados de la víctima aparecieron en modestas cajas de huevo.

Las autoridades han desempolvado archivos de casos congelados, buscando resolver otros asesinatos que guardan similitudes con el modo de operar de Calva Zepeda. Y por lo menos un caso parece estar relacionado con el hoy célebre descuartizador: una prostituta conocida como La Jarocha, cuyos restos fueron recuperados en 2007, en Tlatelolco.

Sería prematuro aventurar hipótesis atroces. De Calva Zepeda se dice que es un caníbal. Las plumas del gremio se han dado manga ancha para dar por verdaderas las especulaciones, algunas de ellas verdaderamente voladas, como la de la pieza que se cocinaba en la estufa cuando la policía ingresó al hogar del artista en ciernes.

Lo único seguro, si se comprueban los cargos de homicidio imputados a Calva Zepeda, es su enorme odio hacia las mujeres, con quienes se vinculaba obedeciendo los impulsos de amor y odio que sentía hacia ellas.

Se odia lo que se envidia, dice el adagio. Las golpizas que propinaba a sus amantes, la evolución consecuente al asesinato y después el desmembramiento de las mismas, evidencian un aborrecimiento total por unos seres que, para Calva Zepeda, representaron cúspides de placer que, una vez cumplido su papel satisfactor, debían desaparecer de la faz de la tierra, y qué mejor manera que despersonalizándolas a través del descuartizamiento.






CRONOLOGÍA 2007
11 de diciembre. José Luis Calva Zepeda, el presunto Caníbal, se suicida en su celda del Reclusorio Oriente; revela su novia que los custodios lo golpeaban; autoridades locales anunciaron que realizarían autopsia al cuerpo.
29 de noviembre. Impugna el diagnóstico psicológico.
28 de noviembre. Pide que familiares de su última pareja, a quien asesinó, se presenten a declarar.
1 de noviembre. Celebra su detención y afirma que “no podía seguir cometiendo más crímenes”.
31 de octubre. Dan a conocer autobiografía del presunto Caníbal, encontrada en su casa el día de su detención. En ella manifiesta que desde la adolescencia había tenido impulsos suicidas; integran analistas de la Procuraduría General de Justicia del DF su perfil criminal y personal.
30 de octubre. Revelan que representó dos monólogos de su autoría en Ecatepec; queda sin defensor en la segunda audiencia.
24 de octubre. La Procuraduría alista la consignación del Caníbal.
23 de octubre. Atribuyen a Calva Zepeda robo en cajero automático; es consignado por autoridades del DF.
22 de octubre. Implica a cómplice en homicidio de otra mujer.
20 de octubre. Señala forense que los cortes hechos al cuerpo de Alejandra Galeana Garavito no fueron de un asesino improvisado.
19 de octubre. Arraigan al Caníbal en un centro que la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal (PGJDF) tiene en la sede del Instituto de Formación Profesional.
17 octubre. Autoridades del estado de México y del Distrito Federal buscan a Juan Pablo Monroy Pérez, quien mantuvo hace tres años una relación homosexual con Calva Zepeda; revelan expertos patrones de conducta en feminicidios.
16 de octubre. Confirma la Procuraduría capitalina que Calva comía carne humana; dan a conocer antecedentes delictivos; aparecen ex parejas que testifican en su contra; confirman que era adicto a la cocaína.
15 de octubre. Comparan a supuesto ‘caníbal’ con el asesino de ‘El silencio de los inocentes’.
13 de octubre. Prevén su salida del Hospital del Xoco para ser trasladado al centro de arraigo de la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal.
12 de octubre. Consideran especialistas que su caso es un desafío para la medicina; se trata de un sicótico que podría representar un peligro para los presos; dan a conocer posibilidad de que haya usado sierra eléctrica en sus víctimas.
11 de octubre. Presumen autoridades canibalismo de Calva Zepeda; es vinculado a otras dos desapariciones de mujeres.
8 de octubre. El cuerpo desmembrado de Alejandra fue descubierto en el departamento 17 de Mosqueta 198, colonia Guerrero. Es detenido Calva Zepeda, quien intenta huir y se lanza del edificio donde vivía; es atropellado y trasladado al Hospital de Xoco debido a las lesiones originadas por el impacto.
5 de octubre. Desaparece Alejandra Galeana Garavito.


Para saber más:
§ http://joseluiscalvazepeda0.blogspot.com/
§ http://www.unafuente.com/index.php?s=canibal+de+la+guerrero
§ http://www.unafuente.com/index.php?s=Calva+Zepeda
§ http://www.proceso.com.mx/noticia.html?sec=0&nta=55776
§ http://www.el-universal.com.mx/ciudad/vi_87342.html

domingo, 27 de julio de 2008

Iseei Sagawa, el caníbal exquisito

“I was determined to eat someone before I was too old,
before my passion died out”
Issei Sagawa

La noticia del Caníbal de la Guerrero y sus malogrados afanes poéticos despertaron en mí la curiosidad por ahondar en torno a sus lecturas, a su vinculación con la literatura y las bellas artes. Recordé entonces a Armin Meiwes, el caníbal de Rotemburgo, aunque él filmó la entrega total, más con la intención de recrearse a posteriori con su crimen que con finalidades artísticas*. Sin embargo, no fue sino hasta encontrarme con el caso de Issei Sagawa que pensé seriamente en qué vínculo habría entre las fallidas vocaciones artísticas de los asesinos caníbales y su instinto criminal.


Los inicios
Iseei, hijo de un magnate japonés**, nació prematuramente el 26 de abril de 1946. Creció siendo poco atractivo, bajo, esmirriado y rengo, con la voz aguda de una fémina, y con la creciente y malsana obsesión de disfrutar del cuerpo de una chica rubia, alta y occidental.

Inteligente y culto, el joven Sagawa estudiaba Literatura Inglesa en la Universidad de Wako cuando conoció a una alemana profesora de idiomas. Años después en una entrevista dijo: “…Cuando me encontré a esa mujer en la calle, me pregunté si podría comerla…”, pero en su caso la frase poco tenía de metáfora.

Siendo niño había fructificado en él la fantasía del canibalismo. Lo enloquecía un inocente juego con su tío Mitsuo, usual en las festividades de año nuevo, en el que éste, disfrazado de monstruo, lo perseguía y simulaba comérselos a él y a su hermano mientras su padre, el caballero Akira, los salvaba ataviado con una armadura.

Años más tarde, Issei recordaría esa mezcla de terror y emoción que sentía cuando los metían a la cacerola en la que supuestamente los cocinaba Mitsuo. El juego dejó huella en su perturbada mente. En cuanto comenzó a leer buscó ávidamente todo relato fantástico cuyos personajes fuesen brujas, ogros y dragones que comían gente.

Pronto hizo de Hansel y Gretel su favorito y experimentó tempranos impulsos sexuales cuando recreaba la historia de la bruja que encerró a Hansel para engordarlo y comerlo después, imaginándose en su lugar, o bien capturando a otros niños.


La fantasía cobra vida
En su infancia solitaria, Issei disfrutaba de la escuela tan solo por el placer de aprender; en la adolescencia encontró refugio en clásicos literarios como La guerra y la paz y en personajes, particularmente femeninos, similares a “ángeles”, según él mismo. Las mujeres de la vida galante que descubrió en las obras de Renoir y las que le ofreció el cine hollywoodense —como Grace Kelly enfundada en un minúsculo vestidito— le provocaron sus primeras eyaculaciones al imaginarse acariciándolas y cenándose sus cuerpos. El menage canibalismo/sexo ya estaba “cocinado”, y para Sagawa no habría retorno.

Issei, convertido en un joven ermitaño e introvertido, vistió de violencia su fantasía. Soñaba con introducirse en la casa de alguna de esas actrices y encontrarla desnuda en la ducha para ahorcarla con su cinturón y comérsela.

A los quince años, consciente de que estaba cruzando alguna barrera consultó un psiquiatra por teléfono, pero cuando éste le pidió verlo personalmente abandonó la consulta; buscó a su hermano, que no dio mayor importancia a sus fantasías, y pronto renunció a tratar de luchar solo contra la oscuridad de sus cada vez más vívidas pulsiones.


El primer intento
Un día se armó de valor y cruzó la ventana del apartamento de la alemana que le quitaba el sueño. Dormida y con poca ropa era aún más atractiva. La excitación creció: buscó un arma para matarla y luego probarla. Sólo había a mano un paraguas, pero antes de que consiguiera atacarla, la maestra gritó e Issei corrió despavorido, aunque con la certeza de que, después de todo, hacerse de una presa tan atractiva no era tan difícil.

Experto en literatura, en 1977 se despidió de la Universidad de Wako en Tokio y partió a la Sorbona. Tenía 28 años, era virgen, culto e inteligente y estaba urgido de realizar su fantasía. En 1979, la noticia del suicidio de la actriz Jean Seberg en París lo trastornó; el pensar que ese cadáver estaba tan cerca de su casa aceleró sus fantasías y soñó con tenderla de espaldas y comerla a mordidas. Pensó entonces que tal vez si tuviera una mujer para cumplir sus fantasías podría acabar con ellas.


La víctima
Issei encontró a la mujer de sus sueños en 1981, en París. Con 25 años, alta, rubia y guapa; políglota y amante de la literatura, Reneé Hartevelt se convirtió en su obsesión. El joven sicópata estaba convencido de que la mejor forma de demostrar su amor por una mujer era comérsela: de esta manera la llevaría siempre consigo.

Embelesado, la contrató como profesora de alemán y comenzaron a hacerse amigos. Compartían el amor por la pintura, la música y la literatura; iban a conciertos y exposiciones o se reunían a tomar el té. Tras una cena en el departamento de Issei en la que Reneé le leyó un poema de un escritor alemán expresionista, Sagawa se arrodilló para oler y lamer el lugar en que su amada se había sentado. La fantasía de comérsela estaba omnipresente y crecía sin control. Los planes cobraban forma.


El asesinato
Organizó entonces una nueva cena para Reneé, con el acuerdo de grabarla leyéndole su poema preferido y de sentarse en el suelo al más puro estilo japonés. Era el 11 de julio. El té combinado con whisky surtía efecto, la conversación fluía e Issei le declaró su amor. Mala idea: Reneé apreciaba su amistad, pero no quería nada más.

Sagawa se levantó por el libro y buscó el poema elegido. Prendió la grabadora, Renné se acomodó por última vez en una silla y comenzó a leer, quizá por eso no se dio cuenta que él le apuntaba con un arma. De pronto su voz se apagó; la sangre brotaba por su cuello mientras Issei le hablaba como si nada hubiera ocurrido.

Quizo limpiarla, misión imposible. Entonces la desvistió y le hizo el amor. Tomó el cuchillo y le rebanó el seno izquierdo, luego un pedazo de nariz. Los devoró. Ahora toda ella era suya. Probó con deleite trozos de cada lugar de su cuerpo.

“Yo corté su cadera”, escribió mas tarde en su novela En la Niebla. Los glúteos, las carnes magras y la grasa, y recreó cada detalle, cada olor, cada sabor, cada sensación en su texto.

Con un cuchillo eléctrico continuó cortando hasta hallar la carne más profunda y puso dos filetes en su boca: “…su sabor es el de un rico pescado crudo similar al sushi, no he comido nada más delicioso”, consignó. Con una cámara fotográfica captó el cuerpo mutilado, cercenado. La poseyó así, a trozos, y grabó: “… cuando yo la abrazo, ella suspira y le digo que la amo…”.

Guardó en la nevera el resto del cadáver, lo cocinó y probó la carne sazonada con mostaza, mientras escuchaba nuevamente la voz de Renné leyéndole el poema. Exhausto, tomó lo que quedaba de ella, la llevó a su cama y durmió con ella al lado.

Al día siguiente prosiguió con el banquete hasta caer en la cuenta de que era indispensable deshacerse de la evidencia. Tomó un hacha y acabó de desmembrar el cuerpo; se detuvo sólo para masturbarse con la mano inerte de Reneé. Metió todo en una valija… bueno casi todo… guardó para sí un pedazo de nariz, los labios y la lengua. Escribió: "Yo quiero su lengua, no puedo abrir su mandíbula, pero puedo alcanzarla entre sus dientes. Finalmente sale, la hago estallar en mi boca y me miro masticándola en el espejo. Luego voy por los ojos".

Maleta en mano tomó un taxi y se fue al Bois de Boulogne, donde intentó arrojar la maleta al lago; no era fácil, pesaba demasiado y la gente comenzaba a observarlo. Huyó, pero era tarde. En el parque, una pareja vio asomar de la maleta la mano ensangrentada de la infortunada mujer. Llamaron a la policía.

La captura
Sagawa volvió a casa y siguió alimentándose de Reneé y de su fantasía por dos días más, hasta que llegó la policía con orden de captura en mano. No intentó huir: el refrigerador conservaba aún frescos pedazos de su amada.

El caníbal confesó todo y se declaró enfermo mental, tal y como habían diagnosticado los psiquiatras*** consultados. Fue condenado a un período indefinido de prisión en el asilo Paul Guiraud, donde los galenos dijeron que nunca sanaría.

Mientras el mundo digería espeluznado la noticia y los Rolling Stones grababan “Too much Blood” en su honor, su padre hizo gestiones para que Issei fuera transferido al hospital Matsuzawa en Japón. Allí sólo estuvo 15 meses y recobró la libertad en agosto de 1985, una vez más gracias al caballero Akira. Libre, el sicópata encaminó sus pasos a Alemania. Allí donde las mujeres son rubias, altas y de piel blanca.


La libertad y la fama

Hoy Sagawa vive en Tokio y es una celebridad. Se le ve a menudo como conferencista invitado o en la televisión; escribe reseñas de restaurantes y actúa en películas eróticas como The Bedroom, que trata de un sadovoyeurista.

Ha escrito varias novelas sobre el atroz asesinato que cometió, pinta y hace esculturas. Admite que aún tiene fantasías caníbales, pero que no lo volvería a hacer, aunque eso sí, espera morir y ser comido por una rubia, y afirma que es lo único que realmente podría salvarlo.

* Aunque cabe destacar que hay quien dice que se cuenta entre las snuff-movies más cotizadas del mundo.
**Akira Sagawa, presidente
de Kurita Water Industries
*** En Tokio visitó a un psiquiatra a quien confesó sus oscuros deseos, el profesional lo calificó de persona muy peligrosa.

Trabajos literarios de Issei Sagawa:
§ Excuse me for Living. A Reason for Writing a Book (también como documental). 1990.
§ Saint. Cannibalism Illusion 1991.
§ Mirage. 1993.
§ The Desire to Be Eaten. A portrait of A Crime of Consience (llevada al cine). 1994.
§ The Happiness of Paris, The Love of Paris. Mr. Sagawa's Guide to Paris. 1997.
§ The people I want to Kill. The Message from a Man with Multiple Personalities. 1998.
§ The Paris Human Flesh Incident - Issei: The Pine-tree Outlaw
§ Comicbook de I. Sagawa: In the Fog - The Truth of In the Fog. 2002.


Para saber más:
Imágenes de la escena del crimen
Las primeras entrevistas, las armas y fotos
Un buen artículo desde la visión criminalística
Entrevista con Issei en su casa de Tokio
Entrevista con Issei

Las glorias del Güero Téllez, o el crimen como pretexto para el periodismo literario

En México, la nota roja ha sido tradicionalmente considerada en los medios de prensa como fuente de “castigo” para los reporteros, como la ínsula a donde se exilia a los transgresores de las redacciones. Sin embargo, en cierto sentido antes era el género estelar, el de fogueo, para quienes buscaban la celebridad o la maestría en el oficio, y en el que estaban a sus anchas sólo los corredores de fondo. No son pocos los reporteros y fotorreporteros que alcanzaron notoriedad luego de su estancia en esa “fuente”, pero sin duda el personaje paradigmático en estas lides fue Eduardo Téllez Vargas, conocido como el Güero Téllez.

Las glorias del Güero tuvieron lugar entre los años treinta y sesenta del siglo pasado, fundamentalmente, aunque él fue fiel a su género y tuvo larga vida como reportero, ingratamente correspondida por
El Universal, la casa editorial a la que diera lustre con sus piezas maestras. Era la época de los reporteros detectivescos, cuando aún no existían oficinas de prensa boletineras, que acabarían con aquel periodismo legendario, verdadero precursor de lo que hoy conocemos como periodismo de investigación, más que meritorio porque en ese entonces no existían ni computadoras, ni Internet ni celulares.

El Güero era un temerario estratega siempre en pos de la nota, como cuando fingió un ataque cardiaco para ser trasladado a la vieja comandancia de policía de Victoria y Luis Moya, y verificar in situ información en torno de un crimen. Es bien sabido que el Güero casi vivía en la Cruz Roja, razón por la cual ayudó a resolver buen número de casos considerados enigmáticos o irresolubles por la policía, sin duda gracias a su talento y sagacidad naturales, pero también a su profundo conocimiento de la incipiente sociedad urbana mexicana.

El Güero hizo escuela, No hay reportero respetable de esa fuente que no reivindique su influencia y patronazgo. Sin embargo, más allá de los apuntes biográficos sobre él, importa la reflexión sobre como, a la par de los vertiginosos cambios en la sociedad mexicana, la criminalidad, sus motivaciones y los métodos para liquidar a un semejante también se transformaron, y que los mas brillantes profesionales de la prensa fueron apasionados testigos de esta evolución.

Los crímenes dejaron de ser meramente pasionales, patrimoniales (dijo el Güero que la nota roja era la crónica de sociales del proletariado) o en defensa del honor —artículo de primera necesidad en el siglo XIX, que cayó en desuso en el XX dada la nueva moral social más relajada—, para convertirse en seriales, atroces, descontextualizados a veces de toda motivación clara, transformándose en patología social, depurándose como una más de las artes a cultivar por sus “diletantes”.

De esta transformación dieron cuenta el Güero y otros de sus ilustres colegas de la pluma, tanto como las lentes de los
Casasola, Enrique "el Gordo" Díaz, Héctor García, Nacho López y Enrique Metínides entre otros. La nota roja, escrita o gráfica, alcanzó su esplendor gracias a ellos. De esta manera, tanto el crimen como su registro llegaron a alturas insospechadas; fueron, sin exagerar, elevados a la categoría de arte, y la sociedad se veía reflejada en el halo misterioso que envolvía a los criminales tanto como en la prosa conmovedora e inflamada de espíritu justiciero, pleno de heroicas y edificantes imágenes literarias o fotográficas, que los exhibían y condenaban.

No es aventurado afirmar que muchos mexicanos se convirtieron en lectores de diarios gracias a la nota roja, y era tal el arraigo popular de este género que, al decir de
José Ramón Garmabella, periodista que contribuyó a rescatar el legado del Güero, “no se puede escribir la historia de una ciudad si antes no se dedica un capítulo entero a su historia criminológica”.

Con los años, en México irrumpieron crímenes de nuevo tipo: políticos, seriales, canibalescos, refinamientos producto de la complejización de nuestro medio urbano, del ahondamiento de las sucesivas crisis sociales y económicas. Cómo no recordar los crímenes del
Goyo Cárdenas, el Estrangulador de Tacuba, y su deleite quasi literario al relatar sus “hazañas”; el aterrador y novelesco asesinato del ex gobernador nayarita Gilberto Flores Muñoz y su esposa a manos de su propio nieto, Gilberto Flores Alavez, luego relatado magistralmente por Vicente Leñero; el alucinante caso de la tamalera asesina de la Portales, rayano en el canibalismo, y los más recientes de la Mataviejitas y el Caníbal de la Guerrero.

Sin embargo, en estos crímenes célebres más contemporáneos, se echa de menos al gran cronista, al reportero literato investigador, “como los de antes”, cuando la realidad jugaba vencidas con la imaginación y salía triunfante, y el horror de las verdades humanas más abyectas resultaba sublimado y embellecido por el arte, por la maestría de notas y fotografías que han quedado, indudablemente, para la posteridad. A veces la literatura, el periodismo y la fotografía reflejan la paradójica belleza del horror.

lunes, 21 de julio de 2008

Con tinta sangre. La nota roja

Asesinatos, incendios, dramas pasionales, suicidios, accidentes viales cuyos protagonistas son miles de cadáveres sangrientos, mutilados, con la expresión de la muerte aún fresca en los ojos, son la materia prima que compone la nota roja.

Este género despreciado por las buenas costumbres y el pudor, para quienes no consideran decente ni de buen gusto dar rienda suelta al
morbo, palabra latina emparentada con “enfermedad” por el malsano deleite en el horror, constituye un tipo de información que nos recuerda la fragilidad de la vida humana y el hecho ineludible de que en cualquier momento podemos encarnar la tragedia.

Y si bien las páginas de la nota roja son siniestros caminos con olor a sangre, para algunos reporteros destinados a cubrirlas, representan el lado más puramente humano de un periódico: ese que -alejado de discusiones políticas, de noticias de pactos y alianzas, de reconocimientos a figuras públicas y de partidos ganados o perdidos- aborda lo esencial. Y es que ¿qué más humano y democrático que la inexorable muerte?. Muchos más no buscan hacer su nota interesante a partir del morbo, de hecho ven las páginas rojas como un vehiculo de prevención; una suerte de recordatorio entre líneas que parece advertir: “conduce con cuidado”, “mira al cruzar la calle”, “contén tus pasiones”, “apaga el cigarrillo antes de tirarlo”, “no salgas de noche”, “no tengas amantes, no sea que pronto formes parte de las notas de muerte.

La buena nota roja está hecha del dolor y de la tragedia de la gente. La narración del hecho, la minuciosidad de la descripción, los detalles del suceso mismo, el perfil psicológico del autor del crimen y de su entorno. Nos estremece la descripción de la madre que llora con el niño muerto a puñaladas por el padre, tanto como nos espanta la que nos hace ver a otra madre arrancando con los dientes el cordón umbilical del hijo recién parido, que luego metió en una bolsa de basura y arrojó al canal de aguas negras. Intriga, odio, amor. El novio que acuchilló a la infiel y luego tuvo relaciones sexuales con el cadáver; el hijo que balaceó a padre, madre y hermana, revolvió cajones, pasó la tarde con sus amigos haciéndose de una coartada y volvió luego para reportar el atroz asesinato de su familia.

Quizá alguna vez la nota roja hasta nos deja comprender los motivos del asesino, pero sin duda, la descripción de los crímenes, suicidios y accidentes –asombrosos, indignantes, perturbadores, insólitos, chuscos– revelan también la moral, los valores, prejuicios, temores y esperanzas de una época.

Desde el “Siguióla, violóla y matola” popularizado por el periódico Alarma, hasta los actuales “Navajean a dos estudiantes durante fiesta”, “Mujer ebria mata a su vecina”, “Muere albañil al caer sobre varilla”, “Arrollada y muerta por auto fantasma”, “Matan a 11 en 12 horas”, “Hallan encajuelados con tiro de gracia” sabemos que si no hay muertos, no hay nota.

El crimen como una de las Bellas Artes

El crimen, aceptamos como una de las reglas sociales que permiten la convivencia, es reprobable, punible y un síntoma de descomposición social. Establezcamos como acuerdo de partida que, difícilmente, la mayor parte de la población –personas estables, de mediana salud mental y la suficiente capacidad para resistir las frustraciones de la vida– cometería alguna vez un crimen, al menos no uno que implicara el asesinato, por ejemplo. Aunque no demos por descontado que todos, en algún momento, hemos planeado el “crimen perfecto”, ya sea motivados por venganzas ocultas o por el mero ejercicio imaginativo de saber qué tan bien saldríamos librados del asunto y hasta donde llegaría nuestra sangre fría.

Quizá por esto último, el crimen ha mantenido con el arte y la literatura una constante relación: sublimamos nuestros impulsos criminales al verlos realizados por personajes, ficticios o no, más allá del interés morboso que puedan despertarnos los detalles escabrosos de una muerte violenta, un robo, un atentado, etcétera.
De Quincey, con ácida ironía, consideró el asesinato mismo como un arte. Un crimen ha de tener una estética, decía, los detalles sangrientos quedan para el populacho, pero el hombre refinado debe buscar el detalle elegante que convierta al asesinato en una verdadera obra de arte.

Los ejemplos abundan: desde el Ensayo de un crimen que Buñuel filmó en el 55 basándose en la obra de
Rodolfo Usigli, hasta la primera novela de no ficción, escrita por Truman Capote, quien relató el asesinato a sangre fría de los cuatro integrantes de la famila Clutter en Holocomb, Kansas, en el verano de 1959, pasando por Jack el destripador – a estas alturas cuasi leyenda urbana que sigue inspirando a cineastas–, por la Medea de Eurípides, por la cruenta e impía Salomé. Y no olvidemos las imágenes de Enrique Metínides, el fotógrafo del desastre, cuyo ojo frío retrató a las victimas de accidentes de tráfico, electrocutados, ahogados, suicidas y parejas asesinadas, que ilustraron los diarios mexicanos La prensa y Crimen de 1940 a 1993.

De todos estos hilos que tejen la historia del crimen hemos compuesto este blog que, haciendo homenaje al humor con que De Quincey salpicó su teoría del asesinato como una de las bellas artes, también cree que “el asesinato es una forma de actuar impropia, altamente inadecuada […] Pues si un hombre se deja tentar por un asesinato, poco después piensa que el robo no tiene importancia, y del robo pasa a la bebida y a no respetar los sábados, y de esto pasa a la negligencia de los modales y al abandono de sus deberes. Una vez empezada esta marcha cuesta abajo, no se sabe nunca dónde hay que pararse.